viernes, 9 de abril de 2010

Con sabor yungueño Estudió mecánica, pero prefirió conquistar con su comida Félix Larrea recuerda que abrió un pequeño restaurante cerca de la calle

Félix Larrea recuerda que abrió un pequeño restaurante cerca de la calle Figueroa en el año 1978. Con el tiempo su negocio fue creciendo y hoy administra dos restaurantes que lo convencen que nació para conquistar a las personas con su comida.

Muy joven, Larrea llegó a La Paz desde su natal Coroico. “En esos tiempos, allá no ofrecía nada, fui al cuartel de la región de Caranavi. Al finalizar ese año decidí venir a La Paz para estudiar mecánica en el instituto Pedro Domingo Murillo”, relata.

Luego, al ver que no había trabajo, recordó muy bien la herencia de su madre que ya falleció. “Tenía unas manos divinas para la cocina, nos daba el ejemplo de cómo hacer las cosas. Yo y mis hermanos nos dedicamos al arte de la cocina”, afirma Larrea.

En su debut, el primer plato que sirvió fue un picante; al pasar el tiempo hubo variedad de este tipo de comidas y sazón con diferentes tipos de carnes.

“Cierto día, un amigo me dijo si le podía dar un poco de todo y salió lo que hoy es el picante mixto, del cual me considero el verdadero creador”, relata el cocinero.

Aunque hoy está dedicado íntegramente a las actividades administrativas, afirma que la delicia que puede preparar con sus manos es un fricasé, por la experiencia adquirida en el tiempo.

Todas estas actividades para salir adelante le dieron buenos resultados, pues nunca faltó pan y una buena educación para sus tres hijas.

Dentro del trabajo, Larrea se considera ordenado y afirma que este negocio no se lo puede abandonar. “Aquí hay que atender con bastante entusiasmo, hay que dedicarse y ser perseverante, estar en el puesto. Si decide dejar a alguien el negocio o se dedica a otra cosa, no funciona”.

Algo que aprendió con el tiempo en el restaurante es atender siempre con una sonrisa al cliente y darle confianza para que llegue.

“Y esa es mi mejor publicidad, porque nos ganamos la confianza de la gente. Tengo amigos taxistas que recomiendan el lugar cuando algún visitante quiere comer algo rico”, dice el gerente.

Entre las anécdotas que más recuerda de su restaurante se encuentra aquélla en la que tuvo que despedir a un empleado que “hacía bien las cosas, pero quiso engañarme y no lo logró”.

Cierto día, el mesero no reportó que dos mesas habían pagado el consumo. “Cuando era tarde y se iban, le pregunté si pagaron. Él me miró y me dijo que sí y me dio lo que correspondía. En otra oportunidad, pasó lo mismo, entonces por ser reincidente se fue”.

Larrea recomienda a los jóvenes emprendedores que nunca pierdan el norte. “Tienen que esforzarse para salir adelante, porque en los negocios no va bien desde el principio, tiene sus altibajos.

Hoy, el dueño del “Coroico Inn” afirma que siempre agradece a Dios por la oportunidad que le dio de triunfar en la vida haciendo lo que más le gusta. “Invito a todas las personas que quieran conocer el Coroico Inn y prueben nuestros manjares, no se arrepentirán y volverán”.

El día que la comida se salvó de la basura

“Hace unos 14 años, cuando inauguramos el espacio de la plaza Villarroel, recuerdo que había conflictos sociales y yo esperaba a mi clientela con las especialidades de la casa”, dice Larrea.

Según el propietario, al ver que pasaban las horas había cierta incomodidad de todo el personal pues el salón para 200 personas estaba vacío y la comida sería desperdiciada. “Ese momento salí a la plaza Villarroel a ver el panorama, allí apareció un grupo de personas religiosas que salieron de su culto. En ese momento me acerqué y hablé con uno de los líderes para invitarlos cordialmente a mi restaurante a servirse unos platitos que ofrecí como cortesía de la casa. Comieron muy felices, hasta refresco les invité, nunca olvido esa tarde”, recordó Larrea.

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