Precedida de un ya tradicional desfile de ropa elaborada a base de chocolate, la feria parisina abrió sus puertas, hasta mañana, a chocolateros de todo el mundo para que elaboren el manjar que llegó por primera vez a España en el siglo XVI, procedente de América.
Fuentes de chocolate de más de dos metros de altura, vajilla, joyería o esculturas gigantes elaboradas con el mismo ingrediente son otras de las iniciativas que se pueden ver, y en algunos casos degustar, entre decenas de expositores reunidos para la ocasión.
Todos, sin excepción, alabaron las cualidades del fruto del cacaotero, no sólo en términos gastronómicos, sino también dermatológicos, afrodisiacos, o incluso visuales, como en el caso del artista plástico Eduardo Malé, de Santo Tomé y Príncipe.
Malé comenzó a pintar con chocolate hace unos meses y, tras un período de experimentación, descubrió un barniz especial que confiere a sus cuadros la virtud de perdurar más allá del efímero tiempo de vida del producto alimentario.
“El cacao es una textura más”, recuerda el artista, que se dice apasionado por la experimentación con nuevos materiales, más allá de los óleos y acrílicos tradicionales. Para satisfacer tanto a la vista como al paladar.
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