No se entiende La Paz sin la marraqueta como su pan esencial, hostia y adobe. La rebeldía de su gente tiene la simple sustancia de la marraqueta: harina que razona, agua que sensibiliza y sal que da palabra a la levadura del alzamiento social.
Debe La Paz su formidable traza urbana, la fuerza y talento de albañiles bien enmarraquetados y, además, consumidores, por toda dieta y menú, de dos plátanos y un refresco de papaya, día a día.
No luce la marraqueta en ninguna muestra de gustos pasteleros. Tampoco compite con las demás del balay cotidiano: chamillos, sarnitas, allullas, etcétera. Amasada con los diez dedos del apuro, su mejor instante es cuando sale del horno, crepitante y ofrecida. Tiene más de cien años de estar en la mesa paceña y es la unidad básica del jornal: la marraqueta.
La llauch’a
(en soneto echado)
Cocida a ras del suelo, muy humeante/ la llauch’a de La Paz es un esbozo/ del buen gusto ch’ucuta en el hermoso/ amanecer del pueblo, sol cambiante.
Traía queso la llauch’ita de antes, / ahora le imponen un jugo sabroso/ de maicena o maíz blanco lechoso. / En los años sesenta era picante.
Como la Tía Núñez, mal pintada, / ésta delicia empero es aclamada/ reina del desayuno a rajatabla.
De la llauch’ita y el café caliente/ el paceño nos pide muy paciente: / ¡Se ha de hablar bien, carajo, o no se habla!
La salteña
Bocado en la hora oportuna/ la salteña es un jigote/ de carne, papa, achiote/ huevo, zanahoria, aceituna…/ y no debe haber ninguna/ liturgia después de misa/ como la que se entroniza/ en una mordida artera/ y el caldo que se libera/y bendice la camisa.
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