domingo, 9 de septiembre de 2012

Cuando el ajo es un aroma Caius Apicius

Allá por 1929, el periodista y escritor gallego Julio Camba afirmó, en su obra "La casa de Lúculo o el arte de comer", que "la cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas". A él le parecía mucho peor lo primero que las segundas, y mantenía que el ajo era la ruina de muchos platos españoles.

Unos cuarenta años después, el también periodista y escritor catalán Josep Pla escribió, en su libro "Lo que hemos comido", que el ajo "lo arrasa todo"; él también pensaba que el ajo era uno de los puntos negativos de la cocina española.

De la aversión de los anglosajones al ajo hay numerosas muestras en la literatura... y en la vida real. Hace algunos años, cuando la reina Isabel II de Inglaterra viajó a España, el gran cocinero Juan Mari Arzak preparó para ella uno de sus platos más famosos: merluza en salsa verde. Con almejas, pero sin un ingrediente fundamental: sin ajo, que sustituyó por cebolla. No es para nada lo mismo.

Más recientemente, la señora Beckham, cuando su marido jugó en el Real Madrid, expresó su disgusto porque en España "olía a ajo".

En fin, que el ajo, ese bulbo de apariencia humilde, pero con un orgullo que hace que nunca pase desapercibido, suscita bastante rechazo. Y no es de ahora: ya Cervantes, en el "Quijote", hace que el ingenioso hidalgo insulte a Sancho llamándole "villano, comedor de ajos...", términos, por lo que se ve, que eran, a su juicio, sinónimos o, al menos, similares.

Con toda su fobia al ajo, tanto Pla como Camba reconocían que era necesario utilizarlo si se querían hacer sopas de ajo; menos mal. Lo cierto es que hoy se doma al ajo, se le civiliza; normalmente, su cuerpo físico queda en la cocina, y a la mesa llega solo su espíritu, su aroma... incluso en preparaciones apellidadas "al ajillo".

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