asta ahora no perdió la sonrisa; las carencias, los obstáculos y las miradas por debajo del hombro no fueron suficientes para que se le desdibujara, tampoco lo fueron el acoso de la prensa ante su repentina fama y las reiteradas veces que tuvo que repetir su historia de lucha y superación hasta quedar ronca.
Y pensar que para Elba Rodríguez (24) todo comenzó con una simple sopa de maní...
La ganadora del MasterChef Argentina casi siempre calza zapatos con plataforma para aumentar unos centímetros su estatura (1,50 m); tiene la tez morena y se parece mucho a su papá. Sus manos regordetas son hábiles en la cocina desde que aprendió a hervir papas, a tostar el arroz y a hacer fideos a los nueve años, en un modesto barrio de Lomas de
Zamora, zona donde se erigió La salada, una enorme feria informal, fuente de trabajo para muchos inmigrantes de Bolivia en Argentina, como lo son sus padres, que llegaron procedentes de Cochabamba.
Margarita ahora se dedica a su hogar y al cuidado de sus plantas, y Seferino, que siempre fue albañil, está empeñado en la tarea de construir la casa de su hija mayor, así como lo hizo con la suya, ladrillo a ladrillo, desde que el barrio se inundaba y había que sacar a baldazos el casi metro de agua que entraba en época de lluvia cuando Elba todavía era una niña.
Desde abril de este año, a medida que el programa para elegir al mejor chef amateur en el que se inscribió la menor del matrimonio Rodríguez iba llegando a su final, se fue haciendo conocida, ganando simpatías y detractores. Cuando ganó le ‘llovieron’ propuestas de amor, pero con la humildad que la caracteriza, dijo que eso de las citas a ciegas o de salir con admiradores que la contactan por las redes sociales no va con ella.
Lo que pocos saben es que la verdadera razón es otra, la ganadora del concurso de TV no corre a buscar una oportunidad en el amor porque ya lo tiene a su lado desde hace dos años, y fue su ‘media naranja’ la que la animó cada vez que las cosas se pusieron difíciles y fue quien la convenció de que las delicias que preparaba para él eran merecedoras de cualquier premio.
Pero el fenómeno Elba Rodríguez va más allá de un programa taquillero. Ella encarnó la metáfora de que la discriminación se puede vencer.
Como lo dice el sociólogo argentino Alejandro Grimson: “Algo que no podía pasar, sucedió, Elba tenía todo en contra y ganó. Se hizo justicia; ella era la más débil, solo por la existencia de un prejuicio (discriminación étnica) y mucha gente celebró que triunfó el anti-prejuicio”.
Lo que ocurrió en el programa de Telefe es una muestra de lo que puede llegar a pasar en el futuro si se da la igualdad de oportunidades en Argentina, en Bolivia o en cualquier otra parte del mundo.
Eso sí: “Se necesitan muchas Elbas. La lucha contra el racismo y la discriminación es una tarea larga, que no va a cambiar de la noche a la mañana, ni por un programa de televisión”, reflexiona Grimson, conocedor de la realidad de la comunidad boliviana en el vecino país, con la que ha bailado, se ha sentado en su mesa y ha visto crecer desde el ámbito de la manufactura textil, la siembra de verduras y hortalizas y el comercio.
¿Hasta cuándo le va a durar su minuto de fama a Elba? ¿Por qué en Bolivia se sienten tan identificados con ella? ¿En qué puede aportar esta hija de bolivianos contra la discriminación en Argentina, en donde a veces ser boliviano es un insulto?
A continuación la charla con la flamante ganadora del MasterChef en su versión argentina y el análisis de un sociólogo investigador de la realidad boliviana.
Del anonimato a la fama
¿Después de ganar el MasterChef volvió tu vida a la normalidad?
De a poquito uno tiene que volver a su vida normal, pero cuesta, porque ya no es lo mismo. Cuando salgo a comprar la gente se me aproxima y me dice palabras cariñosas, es lindo, antes no era así. Me hice más conocida por el programa, pero yo continúo con mi vida normal, mi trabajo (es administrativa en una posta sanitaria) es lo único seguro que hay, así que no lo suelto.
¿Cómo dirías que es la fama? ¿Ya te acobardaste o la seguís disfrutando?
Soy una chica que disfruta lo que hace, creo que en este momento tengo que aprovechar, transmitir esa linda energía. Yo lo estoy disfrutando, esto puede durar un día, una semana... lo que dure quiero disfrutarlo.
Si fueras un plato de comida, ¿qué ingredientes llevarías en tu preparación?
Un poco de autenticidad, inocencia y mucho gusto picoso con bastantes dosis de fortaleza y de espíritu de lucha.
Tus rasgos son bolivianos y tu acento argentino, ¿sos consciente de que podés convertirte en un símbolo contra la discriminación?
De cierta manera mi participación en el programa rompió con muchas barreras que se presentan en la actualidad. Hay personas que se retraen y lo piensan dos veces antes de decir yo soy de tal lugar o tengo estas raíces.
Hay muchas problemáticas, desde la discriminación laboral a la discriminación de las personas, he visto gente que rechaza su propia identidad.
Desde el programa, de alguna manera, creo que sumé y estoy contenta con lo que hice.
¿Cuánto te marcó el pasado de sufrimiento de tus padres, los obstáculos y las adversidades por las que transitaron?
Toda la vida he mirado hacia adelante, la vida hay que lucharla todos los días y por más que te pase algo que te tire para atrás hay que ver las cosas positivas para impulsarte.
Mi mamá no llegó a hacer ni primer grado, sabe leer y escribir muy poco, es ama de casa, y mi papá es albañil. Como la realidad de mi mamá hay muchas en Bolivia.
Ella tuvo que salir a los 19 años, escapó y buscó una nueva vida. Por eso me repetía que tenía que prepararme para ingeniármelas sola y salir adelante, ahora lo entiendo porque ella estuvo sola después de que su mamá falleció.
Mi mamá me fue entrenando en la cocina con la pena de qué iba a ser de mi vida si un día le pasaba algo. Me decía: “Tenés que seguir adelante, tenés que aprender a cocinar”.
Así hice mi primer fideo. A ella nadie le enseñó nada, tuvo que aprender a puros golpes. Después se conocieron con mi papá en una parada del colectivo y formaron un hogar.
¿Qué sabés de boca de tus padres sobre la vida y la realidad en Bolivia?
Me dicen cosas muy por encima porque hace años que no van. Mi mamá nunca más volvió y mi papá fue hace cinco años cuando murió su hermana, pero solo se quedó una semana.
Yo ya conocí un poquito cuando estuve con el presidente (Evo Morales) y tengo que volver, lo dejo pendiente porque ahora estamos editando mi libro de cocina, que es parte de mi premio. Les adelanto que voy a poner muchas recetas típicas.
Quizás más adelante voy a poder ir en familia, lo que nunca pasó. Mi mamá salió a los 19 años, ahora tiene cincuenta y pico, así es que imagínense las ganas que tiene de ir.
¿Dirías que tu papá, al ser albañil, construyó la casa de tus sueños o le falta mucho para serlo?
Mi casa es preciosa, hecha por mi papá, el hizo todo, ¡imaginate qué valor emocional tiene!, En ella estamos juntos, la casa nos contiene a todos, es el espacio que siempre anhelamos tener. Antes era más precaria, pero bueno, era lo que había.
Eso sí, siempre viví y voy a vivir en Lomas de Zamora, faltan cosas, pero el barrio está progresando. No voy a perder mi personalidad ni mi esencia por un concurso.
¿Viven juntos? ¿Cómo organizan el cuidado de la casa?
Mamá cuida el jardín, le gustan las plantas. Mi papá es albañil, mi hermana es enfermera y entre mi mamá y yo cocinamos.
¿Has vuelto a preparar la sopa de maní que conquistó al jurado?
Un montón de veces; en mi trabajo mis colegas estaban ‘reinquietos’, querían saber cómo era, entonces yo la preparé y quedaron ‘rechochos’, no alcanzó.
¿Alguna vez pensaste que el oficio en la cocina que aprendiste por necesidad te iba a convertir en alguien famosa?
No. Primero quería asegurarme trabajando de enfermera, después, tal vez estudiaría cocina porque cuesta bastante plata, lo veía bastante lejano.
¿Creés que se pueden transmitir sentimientos y provocar emociones a partir de un plato de comida?
Estoy totalmente de acuerdo, eso se vio reflejado cada vez que cocinaba en el programa, se notó que me gustaba hacerlo. La sopa de maní, por ejemplo, provocó muchas emociones en mí que creo que los demás sintieron, no solo porque la hice ilusionada por pasar la prueba; sino que la preparé pensando en la infancia de mi madre en Bolivia.
Te entrevistaste personalmente con el presidente Evo Morales, ¿qué te dijo? Si tuvieras oportunidad de cocinarle algo, ¿qué le harías?
Le comenté sobre el impacto de haber preparado una sopa de maní, le conté los nervios que tenía, no sabía si al jurado le iba a gustar, pensaba: “capaz que es muy fuerte”. Le conté cómo me gustó que la gente ahora tenga curiosidad por probar una sopa de maní o por conocer Bolivia.
Si hubiese tenido más tiempo para estar con él le preparaba una sopa de maní y un picante de pollo.
¿Es cierto que desde que sos famosa te han llovido las propuestas de amor?
Estoy bien, feliz, no estoy en búsqueda de nada. Mi corazón ya tiene dueño.
¿Es boliviano? ¿Hace cuánto están juntos?
Estamos juntos hace dos años, no es necesario decir qué nacionalidad tiene, no importa.
¿Te apoyó en el concurso?
Fue muy importante porque cuando uno está feliz, eso influye en todo.
¿Cómo se llama? ¿Ya han hablado de boda?
No, yo tengo muchos planes por realizar. Él es tímido y prefiero protegerlo de la prensa.
¿Lo conquistaste por el estómago?
Sí, fue por ahí, por el estómago, además de mi personalidad, soy tranquila y buena.
Después del libro ¿qué se viene?
Soy cocinera de mis amigas, de mi familia, no es fácil estar en una cocina de MasterChef que se asemeja a una profesional, ¡yo tengo que prepararme, ya sea para un restaurante, para la vida, para lo que sea!
Una cocina que une y no discrimina
La historia de Elba Rodríguez es digna de estar en horario estelar y puede lograr que un lugar tan simple como la cocina llegue a convertirse en el escenario de encuentro entre blancos y negros, altos y bajos, gordos y flacos, argentinos y bolivianos
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